UNA ACTUALIZACIÓN SOBRE EL METEORISMO ESPUMOSO BOVINO

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SOBRE EL METEORISMO ESPUMOSO BOVINO

Resumen

El meteorismo espumoso bovino es un trastorno digestivo que limita la producción en los bovinos para carne y leche. Muchos factores han sido involucrados como causales del mismo, sin conocerse a ciencia cierta su influencia en el desarrollo de este trastorno. Actualmente no está claro el origen etiológico del meteorismo espumoso y, como consecuencia, no contamos con una medida ciento por ciento segura para su control, resultando la misma únicamente paliativa del problema. Este trabajo resume los aspectos más estudiados y relevantes sobre la etiología del meteorismo espumoso bovino, así como también las medidas de control disponibles hasta la fecha.

G Bretschneider*Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA)
INTRODUCCIÓN

Gran parte de los sistemas de producción de carne y leche basan su cadena forrajera en el uso de pasturas cultivadas. Las leguminosas, puras o asociadas, representan un componente importante de las mismas, tanto por su calidad alimenticia como por su capacidad restauradora de la fertilidad de los suelos; sin embargo, en algunas épocas del año su aprovechamiento se encuentra restringido a causa de su efecto meteorizante sobre el ganado bovino (Latimori y col 1992).

El meteorismo espumoso (ME) es una alteración digestiva caracterizada por la distensión del retículo-rumen como consecuencia de la acumulación de gas proveniente de la fermentación microbiana del alimento, el cual es atrapado en pequeñas burbujas de gran estabilidad. Esto impide su normal eliminación mediante la eructación y ocasiona alteraciones circulatorias y respiratorias que pueden producir la muerte del animal (Howarth 1975).

Además de las pérdidas asociadas a mortandad de animales, existen pérdidas subclínicas que se manifiestan en la disminución de la producción de carne y leche en los animales afectados por un grado moderado del trastorno digestivo (Laby 1991). La producción de leche puede disminuir hasta un 7% cuando los animales sufren un trastorno digestivo leve, mientras que cuando el ME es severo, el descenso en la producción láctea puede alcanzar el 11% (Stockdale 1976). El ME también resulta una limitante en el proceso de adopción tecnológica, como la utilización de variedades de alfalfa sin latencia invernal y la implementación de pastoreos intensivos (Latimori y col 1992).

El ME ocurre principalmente cuando los animales pastorean leguminosas como alfalfa (Medicago sativa L.), trébol blanco (Trifolium repens L.) o trébol rojo (Trifolium pratense L.) puras o asociadas con otras especies (Howarth 1975, Majak y Hall 1990). Se ha descrito también la presentación de ME en bovinos que pastorean trigo como verdeo de invierno (Howarth y Horn 1984). Entre las forrajeras no meteorizantes pueden citarse el trébol de cuernitos (Lotus corniculatus L.), astrágalo

(Astragalus cicer L.), esparceta (Onobrychis viciifolia Scop.) (Hall y col 1994) y la mayoría de las gramíneas (Fay y col 1992).
La susceptibilidad al ME varía entre razas y entre individuos de una misma raza (Howarth 1975). Factores hereditarios influirían en la susceptibilidad al mismo (Wilkins y Morris 1992). Probablemente, las diferencias en susceptibilidad racial sean similares a las diferencias observadas entre animales de una misma raza (Howarth 1975). Se ha demostrado que la mortalidad por ME puede ser hasta tres veces menor en vacas lecheras adultas que en vaquillonas (Carruthers y col 1987, Laby 1991). Las vacas lecheras de mayor producción serían más propensas a meteorizarse debido al mayor consumo diario de materia seca (MS) (Colucci y Sienra 1982). La tasa de mortalidad para la raza Jersey fue tres veces superior a la descrita para la raza Holstein (Laby 1991). Según Carruthers y col (1987) la tasa de mortalidad por ME en vacas lecheras fue mayor durante la primavera (0,68% promedio de tres años) que en los meses de otoño (0,23%, promedio de dos años). Reid y col (1975) sostienen que no existen diferencias en el consumo total de forraje entre un animal susceptible y otro no susceptible al ME. Phillips y col (1996) registraron una “adaptación” de los animales al ME después de un período de pastoreo de dos semanas.

El ME ocurre típicamente durante las primeras horas de comenzado el pastoreo (Hall y Majak 1989). Este hecho se asoció a la “teoría de la velocidad de digestión inicial”, la cual señala que las leguminosas meteorizantes presentan mayor fragilidad en su pared celular que las leguminosas no meteorizantes (Howarth y col 1978). Lees y col (1981) indican que la resistencia de la pared celular determina la velocidad de ruptura celular. Ante una menor resistencia, el proceso de masticación y el posterior ataque microbiano al material vegetal (Howarth y Horn 1984) provocan una rápida liberación ruminal de los constituyentes intracelulares, fundamentalmente hidratos de carbono solubles y proteínas solubles, que tienen un rol principal en el desarrollo del ME. Dichos componentes se acumulan en cantidades que resultan críticas para la formación de espuma (Howarth y col 1978). Posteriormente, Fay y col (1981) postularon que las hojas de las leguminosas meteorizantes liberaban sustancias solubles quimiotácticas (hidratos de carbono y aminoácidos) a través de sus estomas, las cuales favorecerían la atracción microbiana hacia esos sitios. Esto se consideró como otro factor determinante de la mayor velocidad inicial de digestión de las leguminosas meteorizantes.

El gas generado durante el ME proviene de la fermentación del alimento y de la acidificación del bicarbonato ruminal debido a la producción de ácidos grasos volátiles (AGV) (Waghorn 1991a ). Cangiano y Fay (1994) indican que entre los componentes alimenticios, los hidratos de carbono solubles son, inicialmente, la principal fuente de producción de gas debido a su rápida fermentación a nivel ruminal.

Leedle y col (1982) sugirieron que la solubilidad de los hidratos de carbono del forraje y las vías de fermentación microbianas utilizadas después de la alimentación determinan la velocidad de fermentación de los diferentes carbohidratos del alimento. En este sentido, los autores indican que la tasa de fermentación sería máxima para los hidratos de carbono solubles, intermedia para el almidón y mínima para la celulosa y hemicelulosa.

Las proteínas solubles son los principales constituyentes de la espuma y a su vez responsables de los cambios en la viscosidad y tensión superficial del licor ruminal (Walgenbach y Marten 1980). Las proteínas solubles de las hojas de alfalfa fueron clasificadas en dos fracciones: la fracción I (Ribulosa difosfato carboxilasa), de alto peso molecular, y la fracción II, compuesta por diferentes proteínas de bajo peso molecular (Jones y Lyttleton 1969). Ambas fracciones están involucradas en el desarrollo del ME (Howarth y col 1977). El 65% de las proteínas solubles del forraje se liberan durante el proceso de masticación, conduciendo a un aporte inmediato de componentes estabilizadores de la espuma a nivel ruminal (McArthur y Miltimore, 1969). Según Majak y col (1995) la producción de espuma en los animales propensos a sufrir ME podría ser atribuida a una menor tasa de pasaje de la fase líquida del contenido ruminal a regiones posteriores del tracto digestivo.

Waghorn (1991a ) sostiene que la tasa de producción de gas puede afectar la formación de espuma estable, aunque la ocurrencia de ME dependería de la presencia de los componentes capaces de estabilizar la espuma. El bajo contenido de fibra y la elevada concentración de proteínas solubles de las leguminosas inmaduras, asociados a un flujo salivar reducido generan un contenido ruminal viscoso, donde el gas queda retenido (Reid y col 1984, Majak y col 1995). En cambio, Moate y col (1997) concluyeron que el ME se originaría por una alteración en el proceso de eructación y señalaron que la producción de gas y la presencia de espuma persistente no serían factores desencadenantes del trastorno digestivo.

La disminución en la frecuencia de las contracciones del rumen no es un factor etiológico del ME (Frost y col 1978, Colvin y Backus 1988); por el contrario, las contracciones ruminales incrementan su frecuencia durante el comienzo del mismo, especialmente la onda B, la cual está relacionada con la eructación, y sólo en el estadío final del trastorno digestivo la motilidad ruminal puede cesar totalmente (Colvin y Horn 1984). Según Waghorn (1991b), un incremento en las contracciones del rumen sería incapaz de facilitar la eructación una vez que la espuma está presente.

Hall y col (1988) señalaron que los animales reducen el consumo de forraje entre un 18 y un 25% antes de manifestar el primer signo clínico de ME. Majak y col (1995) sugirieron que los disturbios gástricos generados por la espuma pueden ser los responsables de la disminución en el consumo, aun en ausencia de sintomatología clínica.

Durante el ME clínico se produce un cese en el consumo de forraje (Clarke y Reid 1974, McArthur y Miltimore 1969). Dougherty y col (1992) propusieron que el cese del consumo y de la actividad de pastoreo estarían asociados a la estimulación de los receptores mecánicos de la pared del retículo-rumen, por efecto de la espuma. El mecanismo físico generado por la distensión del tracto gastrointestinal también puede estar involucrado en la disminución del consumo (Allen 1996). Colvin y Backus (1988) indicaron que el intenso malestar que manifiesta el animal debido a la distensión ruminorreticular puede ser el responsable de muchas de las manifestaciones clínicas. Las pectinas, saponinas y algunos minerales también se mencionan como causales del ME (Clarke y Reid 1974). Asimismo, diversos factores inherentes al animal, al clima y al manejo jugarían roles importantes en su presentación (Howarth y col 1991).

En Argentina, si bien se reconoce la importancia del ME principalmente en los sistemas de invernada y de producción lechera, aún no se ha determinado la magnitud de las pérdidas totales originadas por este trastorno. Asimismo, a nivel mundial, no existen evaluaciones actualizadas de las pérdidas económicas ocasionadas por el ME. Por otro lado, debido a que únicamente se contabilizan las pérdidas asociadas a la muerte y el remplazo de los animales, las mismas subestiman los efectos negativos del ME sobre la rentabilidad de los sistemas ganaderos (Clarke y Reid 1974).

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