LA CONFUSIÓN DEL VEGANISMO

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LA CONFUSIÓN DEL VEGANISMO

Uno de los grandes problemas ambientales es que las verdades se mueven reptando lentamente por la selva mientras que las mentiras vuelan rápido por cielo despejado. Otro de los problemas es que desde las buenas intenciones se pueden tomar malas decisiones.

Claudio Bertonatti

Por eso dedico este artículo a quienes dejaron de alimentarse con carne por compasión o solidaridad con los animales. No lo dirijo, entonces, a quienes evitan su consumo por motivos nutricionales, filosóficos o religiosos. Tampoco resultará apto para fanáticos, fundamentalistas o para quienes no dudan de sus creencias u opiniones. No pretendo herir a nadie.

Hay personas que suponen que al evitar el consumo de carne no matan animales. Tengo una pésima noticia para ellas: no es cierto. El más despojado plato de arroz o un simple pedazo de pan también implica un impacto mortal para muchos animales. Que no lo veamos ni sepamos es otro tema. Pero la muerte está presente de un modo inevitable. No existe el desarrollo humano con impacto ambiental cero: para que nosotros podamos vivir muchas formas de vida deben morir. Esta afirmación es chocante pero es una de las verdades más obvias de la ecología, que es la ciencia que estudia las relaciones de los seres vivos entre sí y con su ambiente.

Vegetariano u omnívoro

Aclaro que fui vegetariano. En mi adolescencia creía que era una forma de evitar el sufrimiento y la muerte de los animales. Después de un par de años volví a ser omnívoro. Les explicaré los motivos, advirtiendo que no pretendo convertir a nadie a ninguna filosofía o estilo de vida. Solo busco arrimar información, impresiones y experiencias para ayudar a quienes quieran revisar sus decisiones alimenticias con implicancias ambientales.

¿Qué me hizo cambiar de opinión y de conducta? La constatación de la realidad ambiental en el terreno y, fundamentalmente, la comparación de los campos donde se producen nuestros alimentos. Por eso, les propongo repetir el ejercicio. Visiten un campo ganadero y otro agrícola en una misma región y anoten la diversidad de formas de vida que ven en cada uno de ellos. Este ejercicio se puede hacer registrando solo la presencia de aves, anfibios, reptiles, peces, mamíferos, mariposas, hongos o plantas, o de todos estos grupos.

El resultado será inequívoco: un cultivo (soja, trigo, maíz o arroz, para mencionar los más extendidos) no conviven con mucho más que sí mismos. Incluso, sucede esto con la huerta más orgánica del mundo. Las especies animales no solo no son bienvenidas sino que en los cultivos no orgánicos (la mayoría) son combatidas con biocidas o agrotóxicos (venenos), cuando no, tiros u otras formas de lucha para evitar la presencia de predadores que ocasionan daños y pérdidas económicas.

Una de las impresiones más contundentes fue el contraste entre la abundante vida silvestre de los esteros y arroyos del nordeste argentino con las arroceras vecinas. En estas últimas no había lugar para carpinchos, ciervos de los pantanos, lobitos de río, boas curiyú, garzas, gallaretas ni patos. Para cultivar arroz se drenan esos esteros, arroyos y riachos para que les deriven su agua y muchas veces, terminan secos o muertos, sin vida. Como se empobrecen o destruyen esos ambientes naturales muchos animales silvestres desamparados buscan refugio o comida en los cultivos que los han reemplazado. Y ahí se desata un segundo golpe. Para evitar que las aves o mamíferos coman los granos o brotes se esparcen semillas envenenadas o se traen tours de cazadores salvajes a desterrarlos a tiros de plomo (también contaminante). Nadie que sepa esto puede decir que por no comer carne y alimentarse con arroz, por ejemplo, no se matan animales.

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