CONCEPTO DEL BIENESTAR ANIMAL
El bienestar animal no es un concepto sencillo de definir, pues existen diferentes abordajes que deben considerarse. Un primer abordaje tiene que ver con las emociones de los animales, es decir, la ausencia de emociones negativas y la presencia de emociones positivas.
Antoni Dalmau, Antonio Velarde y Joaquim Pallisera IRTA. Veinat de Sies S/N. Monells. 17121. Girona. (antoni.dalmau@irta.es)
En varios estudios se ha conseguido medir las motivaciones y las emociones de los animales a través de cambios en el comportamiento y de algunos parámetros fisiológicos. Por ejemplo, lo que consideramos como concepto general de miedo incluye la experiencia subjetiva de miedo del animal, pero también el hecho de mostrar una conducta de huida o de quedarse inmóvil, además de alteraciones en parámetros fisiológicos del individuo, como cambios en la frecuencia cardíaca. No obstante, la evaluación directa de las emociones, como el dolor o el miedo, no es posible como tal ya que, por el momento, no existen marcadores directos de estas emociones. A diferencia de la diabetes, por ejemplo, la cual se puede determinar midiendo la glucosa en sangre en ayunas, el organismo no dispone de ninguna molécula en sangre que nos dé información directa del grado de miedo experimentado por el animal. En consecuencia, para medir el miedo nos tenemos que basar en indicadores indirectos y más generales como la frecuencia cardiaca o comportamientos que sabemos que están asociados a éste, aunque cada animal tienda a mostrarlos de forma muy personal o incluso variable según las circunstancias en las que se encuentra.
Por ejemplo, la misma vaca que inicia una con- ducta de huida ante una persona desconocida, en el caso de padecer una cojera que le dificulte la huida puede mostrar una conducta de ataque. En estas circunstancias, se hace difícil estandarizar un patrón de conducta de miedo que sirva para todos los animales y situaciones. Esto conlleva que este pri- mer abordaje, siendo fundamental, tenga asociado un alto riesgo de malinterpretaciones si no se utilizan medidas validadas por métodos científicos muy ro- bustos. Y aún y así, hay que ser muy cuidadoso con las interpretaciones que se hacen de medidas de bienestar animal basadas en las emociones de los animales, sobre todo si no van acompañadas de otro tipo de medidas.
Un segundo abordaje está basado en el concepto de la harmonía del animal con el ambiente que le rodea y la consecuente capacidad para mostrar aquellos patrones de conducta que muestran la mayoría de los miembros de la especie en condiciones naturales. Es decir, se basa en el con cepto de naturalidad del entorno en el que un ani- mal se mantiene.
Esta segunda definición es en realidad la más arraigada en nuestra sociedad y es el concepto que tienen la mayoría de consumidores sobre el bienestar de una vaca lechera: la imagen de una vaca “feliz” comiendo en un gran prado verde. Es decir, el bienestar animal, en este caso, se define en base a un estado emocional que, al no poderse medir, se asocia necesariamente al concepto de naturalidad, asumiendo que si está en un entorno natural, su bienestar está asegurado y en consecuencia el animal es feliz.
No obstante, los detractores de este abordaje basado en la naturalidad postulan que la asocia- ción de base de la definición está muy lejos de la realidad. Para entender esta idea se pone como ejemplo el caso del perro, por la proximidad con los potenciales consumidores como animal doméstico de compañía. Las condiciones naturales en las que viviría un perro serían las de su ancestro, el lobo. Así, aplicando el argumento del concepto de naturalidad al perro, se debería presuponer que su bienestar es mayor en un bosque que en casa su dueño. No obstante, ante este hecho, el consumidor argumentaría rápidamente que el perro en condiciones naturales debería buscar alimento (en la casa no debe hacerlo) y de calidad (en la casa la calidad es estándar), buscar una zona tranquila donde des- cansar sin poner en peligro su integridad ante otros depredadores (en casa lo tiene asegurado), con riesgo de padecer lesiones que no puedan tratarse o enfermedades diversas (en casa tiene acceso a servicio veterinario 24 horas y supervisión constante), etc. Además, acabaría argumentando que las condiciones que entendemos como “naturales” para el perro doméstico, puede que ya no sean las que definiríamos para el lobo, debido al proceso de se- lección por el que ha pasado a lo largo de los años. Y finalmente, acabaría recordando cuál es la espe- ranza de vida de un perro asilvestrado (en hábitats rurales o urbanos, donde es radicalmente baja) en comparación con la esperanza de vida de un perro doméstico que vive en una casa o incluso en un piso.
Sin entrar en debates sobre cuestiones relacionadas con la calidad de vida en unas especies u otras, es evidente que algunas de las objeciones que se consideran en el binomio naturalidad-bienestar animal tienen un fundamento argumental indiscutible. En nuestra opinión, estos argumentos no invalidan este abordaje del bienestar animal, pero igual que en el caso de la definición basada en las emociones, sí que debe ponernos sobre aviso de no utilizarla como paradigma del bienestar de los animales. Si bien es cierto que los sistemas extensivos tienen ventajas sobre los sistemas intensivos en cuanto al concepto de naturalidad, eso no significa que estén exentos de problemas para los animales, como lo pueden ser una mayor exposición a parásitos, menor supervisión por parte de los cuidadores, calidad no controlable del pasto o del agua, mayor riesgo de caídas, condiciones climáticas extremas, presencia de depredadores, etc. En consecuencia, en lugar de movernos en conceptos generalistas y suponer como base que los sistemas extensivos son de un depredador a pocos centímetros, el organismo activa una serie de funciones orgánicas pre- paradas para salvaguardarlo, siendo la respuesta de estrés una de las centrales en los procesos de adaptación de las especies, pero donde se inclu- yen otras como la respuesta inmunitaria o los sistemas de reparación celular.
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