LA IMPORTANCIA DE LLEVAR A CABO UN ADECUADO BALANCE FORRAJERO EN EL PREDIO

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LA IMPORTANCIA DE LLEVAR A CABO UN ADECUADO BALANCE FORRAJERO EN EL PREDIO

El correcto desarrollo de este ejercicio resulta fundamental para contar con un ingrediente de forma permanente y homogénea en la dieta y mantener estable la productividad de las vacas lecheras.

Dr. Pedro Meléndez

La vaca lechera, al igual que cualquier otro rumiante, basa su digestión principalmente en lo que ocurre en el rumen. Este pre-estomago es un ambiente ecológico muy complejo donde muchas especies de microorganismos interactúan para fermentar y digerir la fibra de los pastos y forrajes y, a partir de ello, producir energía y proteína para la vaca y sus necesidades. Por lo tanto, es importante que el rumen mantenga un ambiente homogéneo y cuente con una dieta uniforme a lo largo del día y del tiempo, debido a que cualquier cambio brusco en los componentes podría afectar las poblaciones microbianas y, con ello, generar una digestión alterada e ineficiente. Todo lo anterior podría derivar en la obtención de una productividad deprimida.

En ese contexto, es importante que el productor entienda que el rumen es un ambiente complejo de manejar y requiere que cualquier cambio en la alimentación sea paulatino y moderado. Sólo así no se verá afectado.

De hecho, aquellos productores que entienden este concepto, saben que cuando ocurre un cambio en el precio de algún insumo, llevar a cabo una modificación brusca de la dieta (de un día para otro por ejemplo), muchas veces determina que la producción de leche se deprima y que la recuperación sea lenta en el tiempo. El problema es que otras veces, esa pérdida será mayor al ahorro que se logrará al sustituir un alimento caro por otro más barato.

Otros productores saben que cambiar a un alimento que se ofrece a un menor precio no necesariamente va a significar un beneficio al sistema. Esto, por ejemplo, puede ocurrir cuando se decide cambiar maíz grano por triticale o avena, los cuales pueden ser más baratos en determinadas épocas del año. Así, el productor que conoce de vacas y de su manejo alimentario, entiende que nutricionalmente el trigo o avena no es lo mismo que el maíz, debido a que los primeros sólo contienen hasta un 60% de almidón, mientras que el maíz alcanza 75%. En segundo lugar, el almidón del trigo y de la avena es de digestión rápida, lo que puede aumentar el riesgo de acidosis. El del maíz, en cambio, es de digestión más lenta. Todo esto nos lleva a concluir que el maíz grano, como insumo para vacas lecheras de alta producción, es prácticamente irreemplazable como insumo energético, independiente de sus fluctuaciones del precio.

De hecho, muchos productores en Estados Unidos no sacan el maíz grano de su dieta y lo mantienen como un insumo estable, aunque su precio se incremente en el mercado. Saben que, a la larga, su sustitución por un grano más barato, les puede costar más caro. No quiero ser fundamentalista, pero esta filosofía ha demostrado ser aceptable. De todas maneras, estoy claro que obviamente habrán situaciones en que se requerirá sustituir el maíz por algún otro grano en la medida que su precio sobrepase los límites razonables.

Cuando hablamos de insumos que se tranzan en el mercado a lo largo de todo el año y existen sustitutos alternativos, la idea de realizar cambios en la dieta es posible. No obstante, cuando hay insumos estacionales, producidos en el mismo predio, sin que existan otras alternativas posibles de sustitución en el mercado, la cosa se complica bastante. En particular, me refiero a forrajes producidos en el predio en forma de ensilajes, henilajes o henos o la misma pradera, los cuales deben ser entregados a los rebaños en caso de que exista una sequía estival o de otro tipo y se reduzca el potencial productivo de las pasturas. Si los pastos no crecen el productor debe reducir el aporte de materia seca de la pradera y recurrir a sus reservas conservadas (silos y henos) en épocas que se suponía no serían utilizadas. De esta forma, el forraje para suplementar en invierno va a disminuir en cantidad. Además, muchas veces el productor tendrá que salir a comprar insumos como henos o subproductos; sacrificar el crecimiento de vaquillas, o salir a vender animales para reducir el tamaño del rebaño.

El tercer ejemplo, es cuando el productor decide invertir en forrajes conservados de alto valor nutricional y volumen por hectárea. Este es el caso del ensilaje de maíz o de la alfalfa para ensilaje, henilaje o heno. Lo que muchas veces ocurre con estas estrategias forrajeras, es que el productor y sus asesores no hacen un balance forrajero según una meta preestablecida. Esta típica improvisación suele darse cuando el productor, acostumbrado a ofrecerles a sus animales ensilaje de maíz en la dieta a un nivel de incorporación de 20 kg, se da cuenta que su insumo se va a acabar antes de lo previsto. En ese momento decide reducir su incorporación a cantidades de 5 kg por animal día, lo que en la práctica significa un cambio muy drástico para el rumen de las vacas lecheras. Esto, en la práctica, muchas veces se paga con pérdidas importantes en producción de leche.

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