La intensificación de los sistemas productivos junto a la selección genética de los animales ha incrementado la producción animal. Paralelamente, se han impuesto mayores exigencias metabólicas a los animales predisponiéndolos a desarrollar las enfermedades de la producción. Éstas se producen debido a un desequilibrio entre los ingresos, circulación y egresos de uno o más metabolitos en el organismo, alejando sus concentraciones de los límites fisiológicos. En estas circunstancias se desarrollan alteraciones bioquímicas y fisiológicas que inicialmente condicionan mermas productivas y de fertilidad en el rebaño que culminan en trastornos clínicos e incluso la muerte de animales. Para prevenirlas es fundamental mantener el equilibrio entre la cantidad de un nutriente que ingresa, es absorbida, circula en la sangre, es depositada en los compartimientos u órganos de reserva y egresa por conceptos de mantención y producción.
Los trastornos metabólicos en los rumiantes son en su mayoría relacionados con desequilibrios nutricionales, incluidos las carencias nutricionales simples producto de mezcla incompleta de la dieta o un manejo alimentario inadecuados, o bien por problemas más complejos asociados a las interacciones entre la nutrición, el ambiente y el manejo (Cuadro 1). Su presentación es más frecuente en animales manejados en condiciones de pastoreo, debido a la elevada variación en la disposición y contenido de nutrientes de los pastos utilizados como forrajes, asociadas a características de suelo, composición botánica y estado de desarrollo de los pastos y sus cambios estacionales y diarios. Los desequilibrios nutricionales afectan a un grupo de animales en un rebaño, generalmente los metabólicamente más susceptibles, que corresponden a los mayormente exigidos desde el punto de vista productivo, vale decir vacas en el período de transición, ovejas al final de gestación, animales en crecimiento, los que comúnmente cursan inicialmente con una alteración en su salud de tipo sub-clínica o inaparente. Es en esta condición que se requiere de un método de diagnóstico o evaluación de balance metabólico oportuno, antes que la producción de los animales se vea afectada.
El período de transición de la vaca lechera (3 semanas preparto a 3 semanas posparto) constituye el de mayor exigencia para mantener su homeostasia, producto de los cambios fisiológicos, nutricionales, metabólicos e inmunes que se presentan en las 6 semanas alrededor del parto. A ello hay que asociar los cambios de manejo (reagrupamiento, ambientes diferentes) y alimentación (dietas preparto, lactancia) propios del fin de la gestación, parto e inicio de la lactancia. En esta situación la capacidad homeorrética (cambios coordinados en el metabolismo para adaptarse a un nuevo estado fiiológico) se ve sobrepasada produciéndose en la vaca el estrés metabólico, definido como la “incapacidad de adaptación fisiológica al rápido crecimiento fetal, parto y alta demanda de energía para lactancia, con consecuente alteración en la utilización de nutrientes esenciales, favoreciendo la presentación de trastornos metabólicos, procesos inflamatorios y el estrés oxidativo” (Figura 1).
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